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versos publicados en hojas sueltas

Durante las primeras décadas de la República, se hizo común la divulgación de letrillas, décimas y otras composiciones satíricas a través de medios de prensa y pasquines. Esta práctica dio pie a que, a partir de 1860, los cantores de novenas y velorios comenzaran a valerse de la imprenta para difundir sus versos de manera independiente, en hojas que los mismos suplementeros se encargaban de distribuir. Los impresos se vendían por cinco centavos en las cercanías del Mercado Central y eran voceados con gritos que recalcaban el carácter espectacular o trágico de los acontecimientos narrados en décimas: "¡Explosión de la fábrica de cartuchos, los versos, los versos con muertos y heridos!" o "Combate entre bandidos y carabineros, dieciocho bandidos muertos" (Lenz, Rodolfo. Sobre la poesía popular impresa de Santiago de Chile, p. 63 ).

La periodicidad de las ediciones era bastante irregular y a veces pasaban hasta dos semanas sin que aparecieran versos. Sin embargo, inmediatamente después de ocurrido algún suceso que remeciera a la opinión pública -como un fusilamiento o una catástrofe-, podían aparecer hasta seis hojas en una misma semana, en tiradas de tres mil ejemplares cada una. El número de poesías incluidas en cada hoja variaba entre cuatro y ocho, aunque existen algunas que incluyen hasta doce composiciones, acompañadas de cuecas, tonadas y otras canciones destinadas a las cantoras.

Los versos eran impresos sobre papel blanco, acompañados de ilustraciones correspondientes a grabados que ya existían en las imprentas o a xilografías encargadas especialmente a artesanos, quienes las ejecutaban tallando tablas de raulí con cortaplumas. Estas imágenes -de formas simples y trazos toscos, asociados a una estética primitiva-, proveían un correlato visual a la narración desarrollada en los versos. A excepción de un grabado realizado por Adolfo Reyes -quien, además, era poeta-, en ninguno de ellos consta la firma del autor.