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Párroco

El párroco fue uno de los personajes más importantes durante el periodo colonial. Su oficio lo obligaba a mantener contacto con los fieles y conocer a toda su feligresía. Una de sus tareas más importantes fue impartir los sacramentos y registrarlos en los libros parroquiales. Sin embargo, sólo lo podía hacer cuando era nombrado cura y vicario general o teniente de cura de una parroquia.

Este personaje no ha sido un tópico muy estudiado por la historiografía chilena, a pesar de ser el principal responsable de la información de los sacramentos y, por lo tanto, de los documentos que han sido utilizados para elaborar estudios de genealogía y de demografía histórica.

Al finalizar el Concilio de Trento en 1563 se instruyó a los curas que debían formar libros de bautismos, matrimonios y defunciones para los españoles y las castas, en el que "se escriban los nombres del que bautizan y del que ha bautizado y de su padre y de su padre y también del padrino y se diga si es de legítimo matrimonio" (Mellafe, Rolando."Demografía Histórica de América. Fuentes y Métodos". Historia social de Chile y América. Santiago de Chile. Editorial Universitaria, 2005, p. 190). Sin embargo, el mandato de la Corona se oficializó con las Ordenanzas e Instrucciones Reales de 1573. Allí se obliga a todos los curas de las parroquias a formar libros de bautismos, matrimonios y defunciones tanto para españoles como para las castas.

En Santiago estas ordenanzas también debieron respetarse, aunque muchos fueron los problemas en su adopción. A la falta de papel y tinta, así como de recursos para obtenerlos, se sumó la reticencia y el escaso entendimiento de algunos párrocos. La desprolijidad y el descuido en la inscripción de los registros obligaron a los obispos a realizar visitas pastorales para cerciorarse sobre la forma en que operaban los curas. Destacaron por su celo los obispos de Santiago Diego de Humanzoro y Manuel de Alday.

Estas obligaciones y problemas sobre el registro de los sacramentos en las parroquias coloniales, fueron materia de debate en el Synodo Diocesana de Bernardo Carrasco, en 1695 -cuyo capítulo IV, titulado "De los párrocos y curas de almas", trató sobre estas materias- y en el Synodo Diocesana de Manuel de Alday, en 1764.

Estas dificultades no sólo se experimentaron en Chile, sino que, también, en otras ciudades de América Hispana. Por este motivo, varios obispos mandaron a redactar manuales para administrar sacramentos que sirvieran como guía para elaborar los registros parroquiales.