Subir

del cortejo al matrimonio

La intensa vida social de la elite de fines del siglo XIX, permitió que sus jóvenes miembros contaran con más oportunidades que antaño para conocerse y considerar futuras alianzas matrimoniales. Los bailes eran espacios tradicionales para estos fines y para el debut de una señorita en sociedad, rito que hacía pública la transición de niña a mujer e introducía a las jóvenes en el mercado matrimonial.

En los bailes, o en cualquier otra instancia que permitiese la sociabilidad entre las parejas, como los paseos o el veraneo en Viña del Mar, las jóvenes nunca estaban solas. Las madres las vigilaban atentamente para resguardar su honor, basado en la pureza virginal.

A inicios del siglo XX, la elección de la pareja era más un acto individual que uno concertado por los padres, asi lo atestigua el romanticismo presente en el epistolario entre novios y cónyugues. Sin embargo, y pese a esta mayor libertad, la influencia de los padres aún era determinante en la concreción del enlace, en especial, la que ejercía la madre para quien casar bien a sus hijas constituía un deber forzoso.

Según el historiador Manuel Vicuña, las madres de la oligarquía tuvieron un papel crucial en los preámbulos del matrimonio. Su poder radicaba en desalentar o precipitar las uniones de sus hijas e hijos con sus pretendientes. En virtud de este papel, Vicuña sostiene que aquellas madres eran agentes que contribuyeron a la reproducción social y a la consolidación del poder y privilegio de la elite.