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Modo de ganar el Jubileo Santo, el primer impreso en Chile

En la actualidad se ha comprobado que los primeros impresos americanos aparecieron en México, en 1539, y Lima, en 1584. A estos se les denominó incunables americanos. En Chile la imprenta se instaló en 1811, aun cuando existieron, antes de esa fecha, algunos precarios talleres de impresión.

En 1910 el investigador Ramón Laval (1862-1929), descubrió entre los libros de la biblioteca chilena de Ramón Briseño, Modo de ganar el Jubileo Santo: "Buscaba yo, a mediados del año pasado, entre los libros de la biblioteca chilena de don Ramón Briseño, que el Estado adquirió en 1901 para la Biblioteca Nacional de Santiago, una obrita que necesitaba consultar para mis estudios de folclor, cuando tropezó mi vista con estos títulos dorados en el lomo de un pequeño volumen: Biblioteca de impresos chilenos. Asuntos religiosos I. Instrucciones, Jubileo Santo &. 1176-1869. Cojo el volumen con la curiosidad consiguiente, y encuentro ocupando el primer lugar de trece impresos injertados en él, un folletito, tamaño 31, no muy mal impreso, pero sumamente manchado con aceite de linaza, al parecer" (Laval, Ramón A. Un incunable chileno: Modo de ganar el Jubileo Santo año de 1776. Santiago: Imprenta Universitaria, 1910, p. 12-14).

Ese mismo año, Laval se embarcó en la tarea de preparar una edición facsimilar del ejemplar para que pudiera ser estudiado y conocido, antecedida por un minucioso prólogo en el que describió con detalle el documento. Este, sin embargo, deja abierta la pregunta sobre quién fue el primer impresor e incluso si efectivamente sería el primer impreso chileno.

Según propuso Alamiro de Ávila Martel, gracias a los estudios de Carlos Cruz Claro es posible saber que, antes de 1811, funcionaban en Chile tres imprentas (Ávila, Alamiro de. El modo de ganar el Jubileo Santo de 1776 y las imprentas de los incunables chilenos. Santiago: Universitaria, 1976, p. 14). De la imprenta de la cual habría salido Modo de ganar el Jubileo Santo, se conocen dos tesis universitarias de 1780 de José Ignacio Gutiérrez y de Lorenzo Villalón, además de dos esquelas de invitación del mismo año y cinco hojas impresas por una sola cara que contienen reglamentos de la Recolección Dominicana impresas por el padre Sebastián Díaz, en 1783 (p. 16). Los estudios por los que fue posible identificar que estos documentos pertenecen al mismo taller fueron realizados por los bibliófilos José Toribio Medina (1852-1930) y Carlos H. Schaible (p. 17).

Al preguntarse sobre el origen del impreso, Ávila comentó que el bibliógrafo Luis Montt, al considerar la identidad del dueño o empresario de una de las tres imprentas que habrían funcionado y referirse a la tesis de José Ignacio Gutiérrez, señaló que habrían "salido de un pequeño taller que tenía don Rafael Nazábal, grabador de la Casa de Moneda; luego, al estudiar las hojas dominicanas afirmó que ellas provenían de una prensa que había pertenecido a los dominicos de la Recoleta y que había sido manejada por el propio padre Sebastián Díaz, su prior. Es decir, Montt supone la existencia de dos imprentas, ello porque el bibliógrafo no advirtió que esos impresos provenían de una sola caja y así sus afirmaciones resultan contradictorias. Tampoco -señala- aportó ninguna comprobación sobre ellas, tal vez porque su importante obra quedó trunca. Por otra parte, en su tiempo no se conocía el Modo de ganar el Jubileo Santo" (p. 25 y 26).

También comentó Ávila que José Toribio Medina -antes del hallazgo del Modo de ganar el Jubileo Santo- "estaba seguro que la tesis de Gutiérrez y las hojas de la Recoleta estaban impresas con los mismos tipos" y "anota una posibilidad, que le había planteado don José Manuel Frontaura: que el introductor de la imprenta pudiera ser el magistrado de la Audiencia don José de Rezábal y Ugarte, pero él mismo agrega que ni él ni Frontaura han visto un documento que lo compruebe" (p. 26). Antecedente al que se sumaba que Rezábal llegó a Chile en 1779 y, por ende, debía ser descartado.

Si bien Ávila partía de la base del misterio sobre la identidad del impresor, intentó proporcionar algunas pistas y aclarar cierta presuposición. A partir de la inscripción que aparece en la última página del texto: "Pertenece a D. Diego Ant. Fontecilla", Ávila indicó que "ello podría haber llevado a suponer que el editor pudiera ser Fontecilla, pero no es así: un cuidadoso cotejo de letras que ha tenido la gentileza de hacer don Luis Lira Montt (…) obliga a desechar la suposición y dejar al editor en el anonimato" (p. 31). Por otro lado, señaló que "el elusivo impresor era chileno de nacimiento y estaba instalado en la Calle de las Agustinas" (p. 27).