A los 21 años Martín Cerda viajó a París con la ilusión de absorber todo sobre la cultura francesa que tanto le apasionaba. Según Alfonso Calderón, Cerda ya en la universidad antes de cumplir veinte años advirtió las insuficiencias del modelo de estudio en los establecimientos chilenos, por ello que "inquieto lleno de congojas, forjado en la lectura de Ortega, marcha a Europa, tal vez a entender el resurgimiento de una 'cultura de las ruinas'". (Ideas sobre el ensayo; recopilación. 1a ed. Santiago: Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, c1993. 266 p.). De este modo, sin mucho dinero partió en busca de más conocimiento en el mundo de las letras. En París se instaló en el número 10 de la rue Toullier, donde se ilusionó con vivir de la literatura e integrarse al movimiento intelectual francés. Sin embargo, tal como señala Enrique Lafourcade, Martín Cerda era "naturalmente, un estudiante pobre. No puede entrar a los templos del existencialismo (...) olfateaba los ecos de ese reír sonoro. Y de regreso a la zahúrda" ("El Stradivarius de Martín Cerda", El Mercurio, 9 de enero, 1994, p. D32).

De todas maneras esta experiencia le sirvió para forjar su futuro literario. La diversidad de lecturas, a las que pudo acceder, lo orientaron a elegir el ensayo como su forma literaria de expresión, posicionándose así como unos de los pocos autores chilenos de esa época en cultivar este género. Martín Cerda recordaría años más tarde este descubrimiento vivido a través de las lecturas: "... estudié derecho y luego filosofía en París, en los tiempos de Sartre y el existencialismo. En La Sorbonne me alimenté de muchos ensayos, porque es un plato que me gusta el de las ideas. He leído todo Unamuno y Ortega y Gasset, y me apasiona la visión del hombre como una cosa cambiante, que se va haciendo a sí mismo. Aquí se confunde el ensayo real con el texto que expone ideas" (Ulibarri, Luisa. "Las reflexiones de un anarquista intransigente", La Época, 17 de septiembre, 1987, p. 25).