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Formación de los barrios marginales

Durante la segunda mitad del siglo XIX, parte importante de la población santiaguina debió reacomodar su forma de vivir debido a los proyectos de transformación de Santiago. La modificación espacial de la ciudad, a partir de su remodelación y de la aparición de nuevos barrios acomodados para la elite, y el proyecto urbano segregador de la oligarquía industrial santiaguina, produjo que los sectores populares se trasladaran hacia las periferias y aparecieran los primeros barrios marginales. Además, la creciente migración desde las zonas rurales hacia Santiago, debido a la falta de trabajo en los campos y la importante oferta laboral que crearon las faenas artesanales e industriales, generó una escasez de viviendas. Esto propició el poblamiento de los barrios en los márgenes de la ciudad, mientras que la demanda de viviendas fue aprovechada por la oligarquía que comenzó a especular con la venta y arriendo de terrenos y con la construcción de diferentes tipos de hogares para el uso de los sectores populares. Así, cuartos redondos, conventillos y cites se convirtieron en un negocio para la clase alta, quienes arrendaban estos espacios a las familias del centro de Santiago y los recién llegados desde el campo.

Así, sectores tradicionales como la Chimba, al lado norte del río Mapocho o los arrabales al sur de la Alameda, se ampliaron desproporcionadamente y sin ningún tipo de planificación. La ciudad creció hacia el sector poniente también, tanto hacia las cercanías de lo que sería la Estación Central de Ferrocarriles como a los terrenos despoblados cercanos al camino y ferrocarril de Santiago a Valparaíso. En estos espacios se construyeron viviendas precarias de material ligero, sin ningún tipo de resguardo, ni condición sanitaria ni de salubridad, lo que generó nuevas formas de habitabilidad. Estos nuevos barrios marginales modificaron las formas de sociabilidad y consumo. Apareció el pequeño comercio y los ambulantes, comedores, chincheles y tabernas, entre otros establecimientos en que las personas de los barrios marginales pudieron intercambiar ideas y experiencias, generando un proceso de identificación con el lugar que les tocó habitar (Romero, Luis Alberto. "La ciudad occidental. Culturas urbanas en Europa y América". Buenos Aires: Editorial Siglo XXI, 2009). Con lo anterior, se ha interpretado que "la expansión de la capital fue antes que nada el crecimiento de los suburbios populares, de las famosas "rancherías", de las que hablaban los contemporáneos de los estratos superiores, inquietos por su gran desarrollo" (Grez, Sergio. De la "regeneración del pueblo" a la huelga general. Santiago: RIL editores, 2007, p. 168).

Solo los sectores populares más cercanos al centro cívico pudieron gozar del alumbrado público, agua potable y alcantarillado, mientras que las poblaciones externas se sumieron en el abandono y la insalubridad, las aguas estancadas eran comunes y las enfermedades de todo tipo se expandían entre los habitantes de esos barrios. Fue común también la práctica de la prostitución y la delincuencia que, junto con los problemas de salubridad pública, alertaron a las clases acomodadas. De hecho, Benjamín Vicuña Mackenna (1831-1886) propuso en su momento ir más allá de lo material y transformar las conductas de los habitantes de los arrabales, rancheríos y barrios populares e intentando erradicar la mendicidad, persiguiendo la prostitución y luchó contra los constantes brotes de enfermedades que mermaban la calidad de vida en la capital a través de su plan de transformación urbana, y propuso desde su administración que los cuarteles de policía, carceles y servicios médicos se construyeran en los márgenes de la ciudad, además de querer extender el servicio de agua potable y alcantarillado, proyecto que finalmente fracasó por falta de reursos (Vicuña Mackenna, Benjamín. "La transformación de Santiago: notas e indicaciones respetuosamente sometidas a la Ilustre Municipalidad, al Supremo Gobierno y al Congreso Nacional", Santiago: Imprenta de la librería del Mercurio, 1872).

Fue solo hacia los primeros años del siglo XX cuando la elite local se hizo cargo del asunto debido a la presión de los primeros movimientos sociales. Ante este escenario, propiciaron un nuevo rol de las instituciones nacionales -mucho más interventor- y legislaron sobre la vivienda social y la planificación urbana como una obligación del Estado.

Las paupérrimas y difíciles condiciones de vida en los sectores marginales de la ciudad fueron un elemento importante para la formación del movimiento social de pobladores y arrendatarios que durante la década de 1920 presionó a los gobiernos por mejoras. Estos individuos también se identificaron con las demandas del mundo proletario, ya que muchos de ellos eran también operarios en las nuevas fábricas y talleres artesanales ubicados en los límites de la ciudad.