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circulación y consumo de folletines

La circulación a gran escala de folletines durante el siglo XIX constituyó un signo y a la vez un motor importante del desarrollo de la alfabetización. Gracias a que se trataba de un pasatiempo asequible, el consumo de este tipo de literatura -que, pese a estar inserta dentro de los periódicos, trataba temáticas alejadas de la contingencia- rápidamente se volvió transversal a los distintos sectores sociales, que pudieron acceder a las tendencias estéticas de moda en las metrópolis europeas por medio de un lenguaje común. Fue a través de los folletines que se popularizaron el Neoclasicismo, el Romanticismo y la novela realista, corrientes que se gestaron y desarrollaron en los centros urbanos de Francia -capital cultural del siglo XIX-, Inglaterra, Rusia y Estados Unidos.

Como recuerda Diego Barros Arana, este tipo de novelas, especialmente las de Alexandre Dumas y Eugène Sue, llegaban a los públicos más diversos: "Todos estos libros que las modificaciones del gusto literario más que las censuras y las críticas de que se les hizo objeto, han relegado en cierto modo al olvido, tuvieron entonces en Chile una circulación de que ahora no podemos formarnos idea cabal. Se les leía en todas partes; y en los salones más modestos, se hablaba de ellos, tributándoles un ardoroso aplauso" (Zamudio, José. La novela histórica en Chile, p. 40).

A medida que avanzaba la centuria, el folletín comenzó a adecuarse progresivamente a las audiencias locales, incorporando novelas nacionales que hablaban sobre la realidad de las provincias chilenas y de las regiones que estaban en guerra o, bien, penetraban en la vida urbana, para ilustrar los nuevos hábitos populares -las vestimentas, costumbres y entretenciones- y desnudar espacios clandestinos, como los prostíbulos. Tanto el Estado como la Iglesia manifestaron su rechazo al fenómeno del folletín, por considerarlo un ente contaminador de los ideales pedagógicos, por un lado, y de los valores católicos, por otro; en definitiva, un espacio cultural carente de regulación, destinado a la satisfacción de los placeres estéticos y a la libre expresión de ideas alternativas o ajenas al discurso oficial.

De este modo, la aristocracia y la naciente clase plutocrática masculina fue distanciándose de los folletines, cuya lectura comenzó a ser percibida como una actividad propia de las mujeres, de jóvenes y de gente poco ilustrada. Sin embargo, pese al desdén de los puristas, la novela folletinesca multiplicó los lectores y creó un público para la literatura. Paradójicamente, "la Biblia y los folletines fueron las maneras en que el común de las gentes se interiorizó con la lectura" (Poblete, Juan. Literatura chilena del siglo XIX, p. 38).