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Maestros

A fines de la década del 20 del siglo XIX, arribaron a Chile dos eminentes intelectuales: José Joaquín de Mora y Andrés Bello, quienes cada uno a su manera, imprimieron fuerza a la educación chilena.

Mora salió de España en 1823 y se dedicó a recorrer Inglaterra, Argentina, Perú y Bolivia, llegó a Chile en 1828 y, bajo la protección de Francisco Antonio Pinto: fundó el Liceo de Chile, dirigió El Mercurio, redactó la Constitución Política de 1828 y "educó y legisló como un antiguo sabio griego", según señala Pinilla. Tenía una personalidad vehemente y con sus opositores era satírico y mordaz, exponiéndose a frecuentes y persecuciones políticas.

Antes de la llegada de Mora no se había impartido en Chile una enseñanza filosófica moderna. En el proyecto Liceo de Chile, se imprimió una educación liberal y científica: "en ese establecimiento se explicaría el Tratado de Ideología, de Destut de Tracy, instruyendo además a los alumnos en las opiniones principales de Platón, Aristóteles, Descartes, Malebranche y la escuela escocesa; más, según parece, en su breve enseñanza se redujo a seguir las lecciones de Laromiguiére, que Lastarria calificaría alguna vez, recordando sus años de estudiante en el Liceo de Mora, de inmortales".

Andrés Bello, por su parte, arribó a Chile un año más tarde; 1829, trayendo consigo el bagaje intelectual que le daría justificadamente el título de erudito y que tanto beneficio traería al país y a Hispanoamérica en general. Durante treinta y seis años se dedicó abnegadamente a la enseñanza dejando una huella imborrable: fundó y dirigió el Colegio de Santiago; editó El Araucano, trabajó las relaciones exteriores de Chile; redactó el Código Civil (1855); escribió y difundió la poesía, dedicó 40 años a una edición del Poema del Cid; fue senador y rector de la Universidad de Chile y un eminente lingüista.

Sus ideas filosóficas comulgaban con la escuela ecléctica de Cousin. Además, tradujo y difundió a Locke y trató con cautela a Berkeley, pues despreciaba las divagaciones ontológicas. Aunque no eran muchos los recursos filosóficos con que contaba, ganó discípulos de la talla de Bilbao y Lastarria.

Ambos maestros dejaron tras de sí un semillero de jóvenes intelectuales, que más tarde aportaron mucho al país: José Joaquín Vallejo, José Victorino Lastarria, Manuel Antonio Tocornal, Salvador Sanfuentes, Francisco Bilbao y Manuel Antonio Matta, entre otros.