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catálogos de voces de uso diferencial

Son numerosos los diccionarios dedicados a esferas específicas del uso de la lengua española en Chile. Pese a que las peculiaridades dialectales en lo que al léxico se refiere nunca han sido en Chile tan evidentes como en otros países del continente, en algunas regiones como el archipiélago de Chiloé, el aislamiento extremo y la forzada convivencia entre españoles y huilliches generó un habla fuertemente diferenciada de la del resto del país. El habla chilota, por una parte, conserva hasta hoy expresiones y voces arcaicas, que se han perdido en el resto del mundo; por otra, su vocabulario incorpora numerosos préstamos de la lengua indígena local que le imprimen una identidad única. El libro Chiloé y los chilotes, publicado en 1914 por Francisco Javier Cavada, quien fuera obispo de Ancud y profundo conocedor de la cultura chilota, contiene una breve introducción a la historia del archipiélago, seguida de un estudio sobre el folklore isleño y un diccionario de vocablos particulares de la región. Esta valiosa investigación es el primer registro disponible sobre la lengua española en Chiloé.

Las jergas -es decir, los códigos lingüísticos especiales que se originan y emplean en el seno de determinados ámbitos laborales o prácticas sociales- también han sido objeto del interés de algunos estudiosos de la lengua. Es el caso de los obreros de las oficinas salitreras que poblaron el desierto durante el siglo entero que duró el ciclo de explotación del mineral. Los procesos productivos que allí se desarrollaban, las herramientas que estos requerían y el particular modo de vida que caracterizó a la sociedad pampina, tuvieron como correlato una forma particular de hablar, que terminó extendiéndose a la región entera. El estudio de Aníbal Echeverría y Reyes, Vocablos salitreros (1934), recopila algunas de las voces usadas por los trabajadores del salitre en las primeras décadas del siglo XX, muchas de las cuales continúan vigentes en boca de los "nacidos y criados" en el Norte Grande.

Sin embargo, no solo en torno a las actividades productivas y a las profesiones y oficios tradicionales han cristalizado los lenguajes especiales. También el hampa chilena desarrolló un código propio, el coa, cuya finalidad era comunicarse sin que la policía entendiera , pudiendo así desenvolverse con más soltura al margen de la ley. En 1910, el folklorista Julio Vicuña Cifuentes dio a conocer el primer estudio sobre el coa, al cual se sumó en 1934 el trabajo sobre la jerga de los delincuentes del norte del país que Aníbal Echeverría y Reyes publicó, basado en sus experiencias como abogado penalista. Ambos textos, junto con ser importantes testimonios sobre el habla popular chilena de las primeras décadas del siglo XX, permiten advertir cómo muchas de las voces y acepciones que en un comienzo fueron privativas del mundo marginal lograron permear el lenguaje de las demás capas de la sociedad y pasar a formar parte del léxico general de español de Chile.