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Nunca pensó que podría ser escritor profesional

El entorno familiar de Jorge Edwards, perteneciente a la alta aristocracia capitalina, no esperaba que la afición literaria fuera un camino recomendable a seguir por él. De hecho, le ponían siempre de ejemplo a su tío, el reconocido escritor Joaquín Edwards Bello, quien dentro de la familia era considerado un personaje exótico, inútil, que no se dedicaba a las cosas prácticas. Aún así, una tía notando su evidente interés por la literatura le prestaba muchos libros y pronto uno de los mayores desafíos de su infancia fue leer toda la nutrida biblioteca hogareña.

Emilio Antilef afirma en su ensayo sobre Jorge Edwards, que éste fue desde muy pequeño no sólo un ávido lector sino que también un disciplinado escritor. El material de sus creaciones fue preferentemente el mar, pero también su propia realidad social. Los libros fueron los que le abrieron su horizonte cultural y social y, posteriormente, la educación jesuita, proporcionada por el colegio San Ignacio, habría decantado "en un escepticismo que lo convirtió en un permanente crítico de su entorno". ("Jorge Edwards, retrato de un creador", Arte y Cultura. Tiempos del Mundo (Buenos Aires), jueves 16 de mayo, 2000, B40 -B41). Luego, al salir del colegio, comenzó a frecuentar la bohemia santiaguina, siendo un asiduo visitante de bares como El Nuria y II Bosco. Allí, se juntaba a discutir con intelectuales de la época. Y aunque estudió derecho siguiendo las expectativas familiares, decidió dedicarse a la literatura.

Su padre, sin duda se opuso a sus inquietudes y lo desafió: "si el niño es escritor de verdad, lo será a pesar de todo" (Ortúzar, Carmen. "Quién es y cómo es. Jorge Edwards. Escritor a pesar de todo", Hoy, (218): 21-22, 23 al 29 de septiembre, 1981). De esta manera, fue difícil la opción de Jorge Edwards, alguna vez pensó hacerse cura, pero a los 14 años dejó de considerarse creyente, estudió derecho, trabajó con su padre que tenía una oficina de corretaje de frutos del país y después pensó que dedicarse a agricultor le dejaría más tiempo para escribir, por lo que arrendó una parcela con un amigo, la que como negocio fracasó. Finalmente, su pasión pudo más y optó por ser escritor y aunque empezó tarde, con disciplina logró el éxito que todos conocemos. Jorge Edwards en una entrevista opinó al respecto: "Decepcioné a mi gente dedicándome a la literatura. Escribir fue para mí producir un gran desengaño en los más cercanos. Desde ahí quedé con la sensación íntima de estar defraudando con este oficio a medio mundo, sensación que quizás todavía tengo. Por eso durante mucho tiempo fui un escritor medio clandestino. Trataba de ganarme la vida con otras cosas y disimulaba bastante que era escritor (Soto, Héctor. "El penúltimo afrancesado", Capital, marzo, 1998, p 34-39)