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Institucionalización de la filosofía

A partir de 1940, la labor filosófica de la mayoría de los pensadores chilenos, se vio favorecida gracias a la apertura de las primeras facultades y departamentos universitarios, interesados en impartir la enseñanza y divulgar la filosofía. En efecto, la Universidad de Chile y su Instituto Pedagógico y la Universidad Católica de Santiago constituyeron en primera instancia los centros neurálgicos en torno a los cuales se desarrolló el panorama de la filosofía en Chile. Dieron paso a la posibilidad de convocar a los interesados y de organizar sistemática y hasta cierto punto autónomamente el ejercicio del saber filosófico, a través de las primeras formulaciones de planes de estudio, del surgimiento y mantención de publicaciones especializadas, de la creación de bibliotecas, y de la inauguración de los primeros congresos nacionales de filosofía, así como también dieron paso al inicio de las primeras participaciones formales en congresos internacionales.

Sin embargo, la mentada institucionalización del oficio y de la figura del filósofo trajo consigo un sinnúmero de consecuencias no poco importantes. La primera se refiere a la diferencia radical que comenzó a demarcarse con respecto a lo que en el siglo XIX se entendía por filósofo autodidacta, orientado al pensamiento universal más por vocación que por oficio, frente al filósofo especialista, que hacía de la filosofía su oficio particular, en un reducto local: la universidad. La segunda, alude al aparente cambio suscitado en la otrora relación existente entre política y educación, aun cuando en el origen mismo de la institución universitaria se encontraron gran parte de los fundamentos políticos y filosóficos de las corrientes liberales y positivistas. La tercera en tanto, cuestiona el modo en que la institución universitaria debía relacionarse con la sociedad y con el mundo extra académico en general.

La institucionalización cooperó, en gran medida, al fortalecimiento del prejuicio que hasta el día de hoy se mantiene hacia la filosofía, como disciplina individualista, centrada sobre sí misma y poco preocupada por la realidad contingente. Esto, además, porque los planes y programas tendían a favorecer el estudio erudito y compartimentado de los grandes autores clásicos en desmedro de un estudio transversal de los mismos y de los problemas atingentes a la realidad política y social.

Tras los grandes acontecimientos políticos de la Europa de postguerra, comenzó lentamente a introducirse el pensamiento de connotados filósofos que, entre otras cosas, apelaron justamente a la necesidad de pensar la realidad política material y contingente.

Tales sucesos, así como el surgimiento de una época crítica y altamente favorable a los cambios políticos revolucionarios afectaron a la educación chilena pero también a la filosofía.

Para la filósofa chilena Cecilia Sánchez, citando a José Joaquín Brunner, comenzaron a confrontarse al menos cuatro comprensiones distintas en lo que concernía al rol social que debía cumplir la universidad: una universidad pluralista y comprometida, una universidad militante, una concepción academicista, una universidad tecnocrática. Los filósofos de entonces, como Juan Rivano, Jorge Millas o Humberto Giannini, no quedaron al margen de la disputa y adhirieron a una u otra concepción amparados en sus respectivas nociones filosóficas.

La reforma universitaria de fines de los años sesenta, el período de la Unidad Popular y luego el advenimiento del golpe y la dictadura militar, sacudieron fuertemente a las instituciones universitarias y en particular a las facultades que impartían filosofía. En los inicios del régimen militar, la carrera se cerró en todas las facultades del país y gran parte de los académicos fueron exonerados. A poco andar, volvió a abrirse pero cultivando fundamentalmente las áreas de la filosofía clásica antigua y la filosofía aristotélica-tomista. En la década del ochenta, el régimen dio inicio, además, a una particular reforma universitaria. Ante la cual reaccionaron un sinnúmero de filósofos, entre los que se encontraba Jorge Millas, quien de hecho se ocupó especialmente de reflexionar en torno a la idea de universidad.

Con el cambio de régimen político, y la gradual introducción de la política económica de mercado, comenzaron a surgir instituciones de carácter privado que, en mayor o menor medida, pudieron ampliar el registro de reflexión filosófica, distinto en parte a la preconizada por las universidades tradicionales, introduciendo el pensamiento que en la actualidad se sustenta en Europa pero, además, abriendo caminos para la realización de un trabajo interdisciplinario de la filosofía con el arte, la cultura, la sociedad, la política y los problemas éticos que ha traído consigo el avance de la ciencia para las sociedades contemporáneas.