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La filosofía aristotélica y tomista en Chile

En un principio, el estudio de la filosofía estuvo vedado para el mundo laico y sólo se circunscribía a la formación de seminaristas cuyo objetivo fundamental tendía hacia la teología más que a la filosofía.

Las primeras clases comenzaron a impartirse en el año 1595 y estuvieron orientadas al estudio escolástico de las áreas de lógica, metafísica y física, con estricta prohibición de acceder y enseñar el pensamiento de autores modernos como el de René Descartes. En efecto, mientras en Europa afloraba la filosofía moderna y la Ciencia Nueva, en las colonias españolas se mantenía aisladamente el estudio de un tipo de pensamiento que ya había sido puesto en jaque por el surgimiento de nuevos intereses que ocupaban a la reflexión científica y filosófica, porque no sólo había cambiado la manera de comprender al hombre sino también, y particularmente, la manera de comprender al mundo y la naturaleza.

La filosofía aristotélica y tomista fue la primera corriente de pensamiento europeo introducida en Chile y cuya consolidación se produjo no sólo a través de la educación impartida por dos de las principales órdenes religiosas que llegaron con la colonización, dominicos y jesuitas, sino también a través de los fundamentos políticos que sustentaron a la estructura jurídica y administrativa del poder colonial español. En rigor, lo que llegó a Chile, ya en el siglo XVI, fue la lectura escolástica del pensamiento de Aristóteles, preconizada en la ardua labor de Santo Tomás de Aquino.

Chile se encontraba experimentando un doble aislamiento en lo que concernía a los modos de adquirir conocimiento. Pues, por una parte, estaba prohibido a los laicos estudiar filosofía y, por otra parte, los pocos que podían acceder a ella se veían limitados a estudiar exclusivamente la escolástica, quedando al margen del conocimiento de los nuevos descubrimientos científicos y de las nuevas corrientes de pensamiento filosófico que estaban en boga en Italia, en Francia o en Inglaterra.

Salvo la honrosa excepción del fraile franciscano Ildefonso de Briceño, quien en el año 1642 publicó en España su famosa obra Controversias a las sentencias de Juan Duns Scoto, el estudio de la filosofía quedó reducido a los ámbitos teológicos y jurídicos, en los que la osadía especulativa no debía sobrepasar los márgenes impuestos por la doctrina general de la escolástica tomista. Y aunque recién hacia mediados del siglo XVIII se anuló la prohibición de estudiar filosofía, tras la inauguración de la Universidad de San Felipe, el problema general siguió manteniéndose hasta que, a fines de siglo e inicios del siguiente, comenzó a introducirse gradualmente en el país el pensamiento de los más eximios representantes de la filosofía ilustrada, a través de la importación de sus obras, llevada a cabo por los que a partir de entonces tendrían especial protagonismo en el proceso independentista y en el proceso de la formación de la república de Chile.

Frente a los turbulentos acontecimientos políticos, la filosofía aristotélica y tomista comenzó a ser considerada como el último bastión del odiado poder colonial español y se vio reducida a los ámbitos propios de la Iglesia Católica. Sin embargo, este repliegue resultó ser sólo momentáneo pues muy pronto habría de encontrar nuevos cauces al sustentar, en parte, a los fundamentos ideológicos sobre los que se asentaron los movimientos y partidos políticos más conservadores del Chile del siglo XIX, y al sustentar las bases para la fundación de una universidad que representara los propios intereses: la Universidad Católica de Chile.