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Danza independiente contemporánea

Hacia finales de la década del sesenta nacen el Ballet Nacional de Danza Contemporánea y La Escuela de Danzas Coreográficas, ambas dependientes del Ministerio de Educación. Por otra parte, nace en 1965, el Ballet Aucamán, que desde 1969 se convertiría en el Ballet Folclórico Nacional, Bafona.

Malucha Solari, Patricio Bunster y Octavio Cintolessi, entre muchos otros, fueron testigos y protagonistas de estos cambios experimentados por la danza durante los años sesenta; cambios no solo estéticos, sino abiertamente sociales: la danza salió definitivamente de los salones y se trasladó a las calles.

La llegada de la década del setenta y el gobierno de Salvador Allende trajeron nuevos aires para la cultura por lo que surgieron una serie de iniciativas que buscaban renovar y masificar las distintas manifestaciones artísticas nacionales. Una de las iniciativas con más proyección elaborada en los años setenta fue la creación de la especialidad de Profesor de Danza Infantil, tendiente a formar maestros que desarrollaran el Proyecto de Escuelas Satélites dirigido por Joan Turner y Patricio Bunster en distintos barrios y poblaciones de Santiago.

Existían además instancias tales como "Arte para Todos" o "El Tren de la Cultura", verdaderas fiestas populares en las que una gran cantidad de artistas de todas las áreas recorrían poblaciones y viajaban a lo largo de Chile. Fue la época en que se comenzó a escuchar un nuevo concepto: la Danza Contemporánea, modalidad que investiga las características del movimiento mismo y su relación con el espacio. En este contexto nació la que se podría denominar como la primera agrupación "independiente", es decir, que no poseía ningún tipo de subvención o financiamiento. Se trata del Ballet Popular, también dirigido por Joan Turner y formado, entre otros, por integrantes del Ballet Nacional. Este escenario tan auspicioso fue literalmente devastado por el golpe de Estado de 1973. La mayoría de la gente que estaba haciendo danza salió del país y las academias cerraron sus puertas. Sólo el Ballet Nacional, el Ballet de Santiago y el Ballet Folclórico Nacional lograron sobrevivir, aún cuando muchos profesionales fueron despedidos y la censura a los espectáculos era cuestión de cada día.

Sin embargo, las múltiples influencias recogidas por bailarines y coreógrafos entre 1970 y 1980, posibilitaron una rica escena que se mantendría viva también durante la dictadura militar, para dar frutos con el fin del milenio, como un gremio organizado, con una enorme diversidad de tendencias y una verdadera explosión de academias universitarias.