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Guardia Nacional

Los orígenes de la Guardia Nacional se remontan a las milicias coloniales, conformadas por los vecinos en armas para actuar en contra de las sublevaciones indígenas, hacer guardia y prevención policial en las ciudades, cobrando especial relevancia como auxilio del ejército regular español. Durante las guerras de la independencia fueron la base de conformación del ejército patriota y del Ejército Libertador. Consolidada la independencia, las milicias fueron organizadas como Guardia Nacional sin que tuvieran un desarrollo significativo. Sin embargo, durante la gestión ministerial de Diego Portales cobraron especial importancia y desarrollo, porque fueron un contrapeso militar al ejército de línea, en caso que surgiera un caudillaje militar en su interior que atentara en contra del sistema político. También las coloridas ceremonias públicas, donde la Guardia Nacional desfilaba o realizaba maniobras militares fueron vistas como una manera efectiva de incentivar en la población los valores patrióticos. Por último, se consideraba vital su accionar, ante un ejército de línea pequeño y de bajo costo, por el auxilio que prestaba en patrullaje rural, resguardo de cárceles y otras labores, como asimismo por contemplar una reserva militar de 30 mil hombres que podía ser movilizada en caso de emergencia nacional. Sobre la base de estos conceptos, Portales fue institucionalizando la Guardia Nacional: la Constitución de 1833 contempló la obligación de servir en las milicias; se estableció en el presupuesto nacional su financiamiento permanente y un decreto señaló el día domingo para instrucción de las milicias. Posteriormente el gobierno de Manuel Bulnes, culminó este proceso mediante un decreto (10 de octubre de 1845) que vinculó y subordinó la gestión y progreso de la Guardia Nacional al Ejército de Línea, estableciendo una Inspección General de ella conformada por oficiales que debían velar por su correcto funcionamiento y progreso.