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Flores de cardo (1908)

En 1908, Pedro Prado publicó su primer libro, Flores de cardo. Con esta obra y las que publicó en la década siguiente, para gran parte de la crítica, Prado se hizo parte de una "nueva promoción" de poetas que, sin embargo, aún recibía la influencia del Modernismo hispanoamericano, identificado este como aquella "producción literaria articulada a un periodo social" -la modernización- que "transcurre aproximadamente entre 1880 y 1910" y que ofrece "una compleja (y aparentemente contradictoria) fisonomía, de la cual el 'rubendarismo' es solo un aspecto parcial" (Osorio, Nelson. "Prólogo". Manifiestos, proclamas y polémicas de la vanguardia literaria hispanoamericana. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1988, p. XVII).

La poética de esta nueva promoción -catalogada como "modernismo crepuscular", "postmodernista" o "mundonovista"- "si bien no corresponde al modernismo canónico, no puede considerarse desprendida del impulso general y principios estéticos esenciales de la poética del movimiento modernista", como, por ejemplo, el desencanto ante una "realidad degradada" (Osorio, p. XVII).

Desde otro punto de vista, Jaime Concha situó a Pedro Prado como uno de los primeros "brotes de la vanguardia", sin dejar de notar la ambivalencia de su producción en relación con esta: "Cuando todo está por nacer, Prado lo impulsa y lo sostiene, a veces con increíble generosidad; cuando ya la vanguardia ha extremado sus manifestaciones, entonces se repliega y empieza a escribir sonetos -de extraordinaria calidad, dicho sea de paso-" (Concha, Jaime. "Función histórica de la vanguardia: el caso chileno". Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. Año XXIV. Número 48, 1998, p. 12). Aunque, en el caso específico de Flores de cardo, Concha señaló que estaba "todavía inmerso en una atmósfera ostensiblemente posmodernista", con "mucho de olor a hacienda -o, si no queremos ser injustos con el pobre Prado (que era bastante rico), con sabor a hacienda" (Concha, p. 12).

Flores de cardo fue recibido por sus contemporáneos con "estupor y admiración", ambivalencia que, para Julio Arriagada y Hugo Goldsack, se explicó debido a que con este libro Prado "acababa de instituir en Chile el curso del versolibrismo, punto de partida de muchas y sustanciales transformaciones en la lírica nacional" (Pedro Prado, un clásico de América. Santiago de Chile: Revista Atenea, 1952, p. 10-11).

Un ejemplo de esta recepción fue el comentario crítico de Julio Molina acerca de este libro en Selva Lírica (1917). En esta antología, Molina mencionó que "en medio del maremágnum de poetoides versificadores él arrojó sus Flores de Cardo que se remontaron y esparcieron libre y silenciosamente, como invitando a los vocingleros líricos a acallar su estridente algarabía, como evangelizando que conviene hablar con más naturalidad para mejor expresar lo que hemos pensado y sentido en un religioso y callado recogimiento". No obstante estas palabras de elogio, el crítico sugirió que Prado "sería más admirado y seguido" si en sus poemas "deleitara el despliegue alado del ritmo y de la rima" (Molina, Julio. "Pedro Prado". Molina, Julio y Araya, Juan Agustín. Selva lírica: estudios sobre los poetas chilenos. Santiago de Chile: Soc. Impr. y Litogr. Universo, 1917, p. 126).

A pesar de la "extrañeza de la clientela literaria junto con la cólera ingenua de algunos viejos maestros de la crítica", para Gabriela Mistral (1889-1857), en "esa poesía atrabiliaria levantaba sus cuernos una personalidad robusta, que apuntaba más allá de la poesía, al pensamiento filosófico, y que no venía afirmada en los soportes viejos del romanticismo bronco ni del clasicismo emaciado en que habíamos vivido" (Mistral, Gabriela. "Pedro Prado, escritor chileno". Scarpa, Roque Esteban. Gabriela piensa en…. Santiago: Andrés Bello, 1978, p. 115).

Flores de cardo no solo trajo innovaciones en el ámbito métrico, sino que también tuvo otros aportes valiosos para la literatura chilena, pues a pesar de no "romper aún definitivamente con los cánones de moda" del momento, estos poemas "enriquecen inesperadamente la temática usual, insinúan procedimientos más complejos de introspección, acuñan un mayor número de imágenes, muchas de ellas novedosas y conmovedoras, y, sobre todo, demuestran que la poesía puede y debe ser algo más que un confesionario de menudas tribulaciones sentimentales" (Arriagada y Goldsack, p. 11).