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La importación de la primera imprenta al país

Durante todo el periodo colonial, las autoridades imperiales y eclesiásticas mantuvieron a Chile aislado de gran parte de la producción intelectual del resto del mundo. El ingreso de libros estuvo sometido a controles muy estrictos, derivados del ambiente político, religioso y moral que determinaba las relaciones entre el imperio español y sus colonias. Para evitar que tendencias políticas y sociales "inconvenientes", de las que daban cuenta libros provenientes de Europa, atizaran presuntas intentonas independentistas, sólo se autorizaba "la introducción de libros relacionados con las doctrinas religiosas y políticas sustentadas por la Corona en España: obras místicas, folletos piadosos, tratados teológicos, disquisiciones filosóficas y manuales de latín sobre Jurisprudencia" (Bernardo Subercaseaux. Historia del libro en Chile, Santiago: Lom, 2000, p. 11).

La primera imprenta llegó al país en 1811, apenas lograda la independencia, por iniciativa de la Junta de Gobierno, y en 1812 se imprimió con ella el primer libro chileno: Carta de un americano al español. Sin embargo, este no fue el comienzo de la producción nacional de libros, que, de hecho, tendría que esperar varias décadas más. Por lo pronto, la imprenta se destinó para la impresión de diversos periódicos como La Aurora de Chile, el Semanario Republicano de Chile y Monitor Araucano. Sí fue, en cambio, el elemento que avivó los ánimos de los sectores ilustrados de la sociedad chilena ―el sustrato intelectual de la emancipación que se había nutrido con libros de contrabando―, de poner el proceso de crecimiento de la nueva nación a tono con un mundo ilustrado por el enciclopedismo europeo.