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Promiscuidad, inmoralidad y vicios

Los agentes gubernamentales que tomaron contacto con las familias obreras consideraron que era necesario luchar contra la desmoralización de la familia, alejándola de los perniciosos efectos de la promiscuidad y los vicios que la asechaban. Según su visión, la raza chilena estaba amenazada por los efectos degenerativos de estos "flagelos".

El vicio que más preocupación generó a los médicos y políticos de la época, era el alcoholismo. Considerado consecuencia directa de las precarias situaciones de vida de las clases más desposeídas, se entendía que la desesperación del padre por no poder alimentar a su familia y tener que presenciar ese cuadro de miseria diariamente, lo llevaba ineludiblemente, según los observadores, a refugiarse en la bebida. Esto provocaba situaciones de violencia y rupturas familiares, que hacían necesaria la intervención de agentes conciliadores para mantener la precaria estabilidad familiar.

Entre las medidas que se establecieron para combatir el alcoholismo se intentó promover la distracción de la familia al aire libre a través de excursiones y fomentar el deporte, considerado una excelente forma de manejo del temperamento.

El hacinamiento y la promiscuidad en que vivían las familias contribuían al contagio de las llamadas "enfermedades de trascendencia social" como la tuberculosis, la sífilis y la gonorrea, las que, al no contar con un tratamiento médico efectivo, motivaron campañas de prevención, lideradas por el Estado.