Subir

Obra poética de Eusebio Lillo

Ser el autor de la nueva letra de la Canción Nacional (1847), signó a Eusebio Lillo de por vida como poeta, pese a que se trató de una actividad que no ocupó una posición central en su quehacer, aunque sí tuvo espacio relevante en sus primeros años de trabajo.

La producción poética de Eusebio Lillo apareció en la prensa periódica, en medios como la Revista de Santiago (1848-1855), La Linterna del Diablo (1867-1869) (1876), la Gaceta del Comercio y El Siglo. También, su poesía fue incluida en antologías como América Poética (1846) de Juan María Gutiérrez (1809-1878), América Literaria (1883) editada por Francisco Lagomaggiore y Parnaso Chileno (1910), a cargo de Armando Donoso (1886-1946) (Figueroa, Virgilio. Diccionario biográfico de Chile. Tomos IV y V, p. 52-54).

Lillo se negó en reiteradas ocasiones a los ofrecimientos para editar su trabajo poético en un libro, razón por la que, de manera póstuma, en 1923, apareció Poesía, primera compilación que reunió parte de su obra dispersa en la prensa, a cargo de Carlos Silva Vildósola (1870-1939) y, en 1949, Obras poéticas, al cuidado de Raúl Silva Castro (1903-1970), como iniciativa de la Sociedad de Escritores de Chile.

Respecto a la recepción de la obra poética del autor, ha sido descrita por la crítica como perteneciente a las versiones criollas del romanticismo. Con el fin de problematizar esta idea, Jaime Concha señaló que el romanticismo chileno distaba de los modos en que el fenómeno romántico se había expresado en Alemania, Inglaterra y Francia, pues en el caso local este se presentó "exento de ironía y está a años luz de revelaciones de lo absoluto", como, por ejemplo, han sido conceptualizadas ciertas características de la obra del escritor alemán Friedrich Schlegel (1772-1829). También indicó que en el caso chileno no habría una "rotunda exaltación de la imaginación, ni la intensa empatía con la naturaleza, ni el sentido prometeico de la libertad, ni el descubrimiento de los pliegues tumultuosos y complejos de la emoción, ni el descenso a la gruta del sueño y de los ensueños". Concha precisó, más bien, que en el caso de la producción de los poetas chilenos "parece necesario considerarlos según el razonable criterio metodológico de su contexto propio, vinculándolos a un paisaje y temática locales, de tipo regional, a lo sumo incoativamente nacional. Tal vez así sea posible ver en ellos algo interesante y sea posible relacionarlos con la raíz de nuestra poesía posterior" (Concha, Jaime. "Eusebio Lillo y el romanticismo". Anales de la Literatura Chilena. Año 11, número 13, 2010, p. 98-99).

El análisis del crítico partió desde un aspecto biográfico de Lillo, del periodo denominado como de "autoanulación" del escritor, en el que se mantuvo al margen de la escena pública-literaria del país, hacia sus últimos años de vida. Esta actitud llamó la atención del crítico por contrastar con la trayectoria política y literaria de Lillo, en particular, por su participación en la Sociedad de la Igualdad (1850-1851), en el motín de Urriola, en la Batalla de Loncomilla, los cargos públicos que tendría posteriormente y por la escritura de himnos cívicos como la "Canción Nacional" o "La Igualitaria" (Concha, p. 100-111).

A partir de la visión de Lillo como el "poeta de las flores", dada por otros críticos literarios, Concha analizó el "mundo poético" del escritor desde la imagen del "jardín", "visto como Edén para el país". Así, en 1847, en la "Canción Nacional", Lillo "idea y concibe nuestro Edén nacional"; en 1863, en el poema "Loco Amor", "nos habla de un Edén erotizado" y en 1872 en el poema "A don Federico Errázuriz", se refiere a un "edén regional y provinciano", en alusión a Quillota. Para Concha, "a lo largo de un cuarto de siglo, el poeta parece buscar desesperadamente en el país, un paraíso concebido a imagen y semejanza de una trunca cornu-copia vegetal" (p. 107); visión utópica que respondería a una perspectiva romántica de la nación. Sin embargo, "'la copia feliz del Edén' se iría borrando de sus ojos, el edén se le iría haciendo más negro a medida que transcurría la segunda mitad del siglo XIX, entre relegaciones y exilios personales, con guerras del país hacia afuera y hacia dentro, y a medida que entrábamos en el siglo XX, con su alto y sangriento costo social. Nuestras grandes masacres debutan en el país en el alba del siglo pasado, justamente en el ocaso del poeta" (Concha, p. 106-107).