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Período de esplendor

A fines del siglo XIX, Chile se convirtió en un país ampliamente moderno, producto de la próspera actividad empresarial y el auge de la industria salitrera. Estos factores económicos unidos a la llegada de intelectuales extranjeros dieron a Chile un rostro de progreso y esplendor, tal como señala Eugenio Orrego Vicuña: "Era el de Chile un medio excepcional en Sudamérica, sin duda el más avanzado que en esta parte del nuevo mundo pudo formarse. A ello habría contribuido ciertos factores espirituales y materiales, y de modo considerable la Universidad de Chile. Andrés Bello, secundado por maestros y escritores de primer orden, abrió horizontes amplios, sembró ideas, creó posibilidades; y a la sombra de una oligarquía ilustrada y progresista fue saliendo al escenario una pléyade de notables personalidades, entre las cuales vale destacar a Vicuña Mackenna, escritor y estadista de obra montañosa, de labor señera, a Santa María y Balmaceda en el orden político; al propio Lastarria, que fue de los primeros discípulos de Bello; a los hermanos Amunátegui, a Barros Arana, al Dr. Orrego Luco, y varios extranjeros eminentes que dieron a Chile no escasa parte de su saber y de su trabajo: Domeyko, Sarmiento, Gay, Pissis, entre otros" (Antología Chilena. Santiago: s.n., 1942. p. 6).

La riqueza se reflejó en el embellecimiento de su capital. Santiago se transformó en el centro social y cultural chileno, recibiendo visitas ilustres extranjeras y artistas de moda y ofreciendo espectáculos magníficos en sus teatros.

Rubén Darío llegó a Chile en las postrimerías del mayor esplendor, aún así pudo captar la atmósfera de suntuosidad aún imperante. Ya instalado, observó el derroche y fue muy crítico con la clase aristocrática: "La situación ha cambiado poco. Los ricos se están poniendo peor. Las clases populares viven como antes y seguirán viviendo si no logran decencia y sabiduría. Todo para las familias de la suerte; nada para los hijos del pueblo" (Melfi, Domingo. El viaje literario. Santiago: Nascimento, 1945. p. 82).

Al poeta le sorprendió mayormente la juventud santiaguina, la que encontró muy culta. Fue a este ambiente de intelectualidad, donde Rubén Darío hizo su entrada y difundió su obra.