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Los modernos

Publicado en 1909, su libro Los modernos constituyó una recopilación de críticas sobre algunos artistas en boga. En ella figuraron distintos intelectuales, a los que Contreras dedicó un título: los poetas Paul Verlaine "El maestro enorme y delicado", José María Heredia "El conquistador"; novelistas: Joris Karl Huysmans "Durta", Juan Lorrain "El nuevo inmortal", Mauricio Barrés "El señor de Phocas"; el dramaturgo Enrique Visen "El maestro del drama moderno"; el pintor Eugenio Carriere "Un pintor de Almas" y el escultor Augusto Rodin "El pensador". También, integró un ensayo titulado: "Estudio sobre los pintores franceses de hoy".

En el Prólogo del libro, además, Contreras integró una extensa explicación sobre el arte moderno: "Menos solemne que el arte antiguo, más sincero que el llamado clásico, el arte moderno se caracteriza por su forma evolucionada, amante de la renovación, y por su espíritu emancipador que se agitan todas las ideas. Desde que el romanticismo osó romper los moldes consagrados, la forma estancada durante los siglos clásicos, ha proseguido sin interrupción su desarrollo evolutivo. En literatura, la novela y el teatro han llegado a tornarse fidedigna visión o impresión de la vida, en las obras naturalistas o psicológicas. En pintura, el color y la luz han llegado a interpretar la verdadera realidad, en los ensayos impresionistas o de aire libre. Asimismo, desde que la ciencia osó discutir las primeras "verdades" tradicionales, los asuntos del arte se han ensanchado y multiplicado infinitamente. En las letras, la narrativa y la lírica han abrazado desde la polémica filosófica hasta el análisis anatómico. Recordemos a Zolá y a Baudelaire. En la plástica, la escultura y la pintura han ido desde la expresión extraña y subconsciente hasta el tipo deforme y monstruoso. Pensemos en Carriére y en Rodin. De manera que sin vacilación puede afirmarse que, modernamente, no hay idea que no haya sido objeto del artesano" (Contreras, Francisco. Los modernos. Paris: Imprenta Paul Ollendorff, 1909. p. 9-16).

Francisco Contreras dedicó este libro a su amigo Agustín Edwards.