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Salón literario

Las tertulias literarias en Chile existieron desde la Colonia, pero tenían un sello más familiar. En ese período, destaca María Teresa Cárdenas, la costumbre era "reunirse en las casas, donde, de alguna manera, se reproducía la estructura de la sociedad: el hombre comentaba sus actividades del día; la mujer continuaba con sus labores manuales; alguien leía textos religiosos, y normalmente se rezaba el rosario" ("Siglos de tertulia", El Mercurio, 24 de julio, 1999, p. 1). Posteriormente, las tertulias se abrieron a amigos y parientes cercanos y comenzaron a ser amenizada por el canto, la danza y la literatura. Pero lo que fue más importante, comenta María Teresa Cárdenas, es que ésta, "se transformó en el centro de irradiación política, cultural y social: ligada desde su origen a las familias criollas tradicionales" ("Siglos de tertulia", El Mercurio, 24 de julio, 1999, p. 1).

El proceso de europeización entre 1830 y 1840 -ocurrido a partir de los viajes realizados por personas de la aristocracia e intelectuales jóvenes a Francia- produjo un cambio en las costumbres nacionales y junto a ello se introdujo la noción de salón literario: "Algunas tertulias empezaron a llamarse salones en relación a la persona que ofrecía la casa, según su estilo, su vinculación, los temas que se conversaban, el nivel intelectual de la gente que iba, los autores que se leían. Poco a poco iban tomando el carácter más europeo, o se sentían parte de ese ambiente porque era gente que viajaba mucho" (María Angélica Muñoz, Cárdenas, María Teresa. "Siglos de tertulia", El Mercurio, 24 de julio, 1999, p. 1).

Uno de los salones literarios que alcanzó mayor fama fue el realizado en la casa de Juan Egaña, llamado la Tertulia Literaria en Peñalolén. Por esta casona pasaron artistas y escritores importantes, entre ellos José Ortega y Gasset, Hernán Díaz Arrieta (Alone) y la escritora Inés Echeverría de Larraín (Iris), quien escribió Alborada, inspirada en la historia de la familia.

Otros salones que se constituyeron en esta época fueron: tertulia La Picantería, de los hermanos Gregorio y Miguel Luis Amunátegui, y el Club de Amigos, fundado por Ricardo Montaner Bello, donde se exponía un tema literario semanal.

La diferencia con los salones europeos fue que en éstos se reunía mayor cantidad de personas y además eran auspiciados por marqueses, duques, quienes promovían a los escritores. En cambio, en Chile, el salón lo integraba un grupo selecto de no más de diez personas y si hubo algo parecido a la promoción solo consistió en presentar en sociedad a escritores de menores o escasos recursos. Un poeta que se benefició con esta modalidad fue Rubén Darío, quien fue introducido por Pedro Balmaceda Toro en todos los salones de Santiago en 1887. Ambos, conformaron, además, su propia tertulia literaria, en un salón de la casa de gobierno.

Algunos escritores de la época entregaron en sus libros un retrato de estos salones. Luis Orrego Luco en su obra Memorias del tiempo viejo, escribió sobre los salones europeos y la dificultad de los chilenos para entrar en ellos. Por su parte Alberto Blest Gana, en Los Transplantados, trató la misma temática. También, Vicente Grez, en El ideal de una esposa, presentó el funcionamiento del salón aristocrático.