Importantes acontecimientos históricos y sociales de América Latina en el siglo XX como la Revolución Mexicana (1910), la Revolución Cubana (1959) y la ascensión al poder por la vía democrática de un socialista, Salvador Allende Gossens, a la presidencia de la República de Chile en 1970, entre otros eventos, tuvieron una repercusión que excedió los límites de los ámbitos sociales y económicos de la región, para extenderse al quehacer artístico y cultural. Esta influencia se patentizó, especialmente, en el afán de artistas e intelectuales por difundir sus obras más allá de los circuitos tradicionales de recepción (museos, galerías de artes, círculos literarios, y otros) para integrar dentro de su público a sectores de la sociedad que hasta ese entonces no tenían acceso a estos bienes simbólicos, como obreros, campesinos, entre otros.

En Chile, un gran número de artistas buscó llegar a través de sus producciones a estos nuevos sectores, al pueblo. Esto influyó, en el caso de la música, en la revalorización de las raíces folcklóricas de nuestro país lo que determinó el surgimiento (a partir de la década de los sesenta) de La Nueva Canción Chilena, movimiento que en la siguiente década alcanzó una importante difusión a través de la Discoteca del Canto Popular (DICAP), sello discográfico del Partido Comunista de Chile. En el ámbito literario, en 1971, el gobierno de la Unidad Popular adquirió la Editorial Zig- Zag para transformarla en la Editora Nacional Quimantú, la cual tuvo como propósito la edición a bajo costo de importantes títulos de la literatura nacional e internacional para poner destacadas obras literarias al alcance de todos. En la plástica, artistas e instituciones repararon en el trabajo masivo y popular de las brigadas muralistas, mientras que la gráfica acogió alguna de sus imágenes para integrarlas en afiches y revistas; entre otras iniciativas.

De esta forma, hasta 1973, la cultura de nuestro país se relacionó estrechamente con los cambios históricos y sociales a los cuales era contemporánea.