Durante los siglos XVII y XVIII, España se encontraba atravesando uno de los períodos más intensos de producción e innovación estilística en arte. Artistas como Bartolomé Esteban Murillo, Francisco de Zurbarán y Juan Martínez Montañés, hicieron sentir su influencia no sólo en España y Europa, sino también en América, gracias a la existencia de un comercio intercontinental de imaginería religiosa. Las obras de estos pintores que llegaron hasta el Nuevo Continente -ya fueran lienzos, o bien, reproducciones de ellos en forma de estampas- se convirtieron en los referentes principales de la naciente visualidad americana.

Además de las pinturas que arribaban a América, cantidades copiosas de grabados con imágenes religiosas se utilizaban como modelos para realizar las composiciones de escenas sagradas. El barroco del Siglo de Oro español se combinó con la sensibilidad indígena y el contexto colonial americano para formar una corriente artística divergente de la que seguía el arte europeo.