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las primeras aldeas aglutinadas

Las primeras ocupaciones en el Norte Grande de Chile consistían pequeños campamentos al aire libre o en cuevas, que articulaban amplias rutas de desplazamiento estacional entre la costa y el interior. Este proceso se inicia hacia el X milenio AC, momento de novedosos cambios ambientales, cuando toda la población americana vivía bajo el marco de una economía de caza y recolección.

La vida cazadora y móvil de las bandas giró lentamente a una economía basada en la recolección especializada de vegetales silvestres junto con el consumo de animales salvajes. Prueba de esto es que a mediados del segundo milenio AC se levantaban las primeras aldeas aglutinadas cercanas a cementerios colectivos, atestiguando el crecimiento y concentración demográfica generada por la intensificación de la pesca, la recolección costera y vegetal en los oasis interiores. Las basuras domésticas acumuladas al interior de las aldeas demostraban que la experimentación silvícola, agrícola y la crianza de llamas habían comenzado y el ritual público en pequeños templos y montículos se había tornado tan importante como el manejo hidráulico en los campos de cultivo y la predicción del clima para la organización de la producción pecuaria y agrícola.

El entierro de momias preparadas en fosas, típicas de la tradición Chinchorro previas al segundo milenio AC, da paso a grandes campos funerarios monticulados de carácter monumental que proliferan desde el sur de Perú hasta localidades tan meridionales como Cobija en la costa, Quillagua en el río Loa y San Pedro de Atacama. Los primeros indicios de arquitectura pública reconocibles arqueológicamente emergen en los cementerios, paredes rocosas con pinturas, grabados rupestres y en templos semi subterráneos próximos a las aldeas.

Las primeras aldeas aglutinadas del Norte Grande de Chile surgen durante los últimos milenios antes de Cristo, se ubican en diversos puntos: en la desembocadura del Loa; en las quebradas de Tulán, Puripica y Vilama en torno al Salar de Atacama; en las quebradas de Guatacondo y Tarapacá, así como a lo largo del valle de Azapa.

Las tradiciones arquitectónicas florecen durante milenios como identidades culturales en un panorama sedentario y a la vez móvil. Los edificios y aldeas que hoy estudiamos son testigos de ese proceso social que se propagan por toda la fisonomía andina durante los primeros siglos de la Era Cristiana: Wari, Nazca y Tiwanaku son algunos ejemplos en Perú y Bolivia.