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La madre republicana

En el contexto poscolonial, de oposición al pasado español, sus jerarquías y costumbres todavía vivas en el territorio, la educación aparecía como el medio más eficaz para asegurar la construcción de una sociedad moderna a partir de la instrucción de todos sus ciudadanos.

Impulsada en particular por intelectuales liberales, la instrucción de las mujeres de la elite fue convirtiéndose hacia la década de 1850 en uno de los temas más discutidos. En este sentido, una definición particular de mujer fue nutriéndose como argumento civilizador: la figura de la madre republicana o madre ilustrada, quien, en el seno del hogar, era la primera en educar a las futuras ciudadanas y ciudadanos.

Este argumento, que tuvo por objeto inmediato impulsar la instrucción primaria tanto entre las mujeres como en la población en su totalidad, construía en el nivel ideológico a la madre como el vínculo que aseguraba la relación entre el Estado y la familia burguesa, reconocida esta última como una sinécdoque o un microcosmos de la estructura estatal: "A través de la institucionalización de una maternidad cívica, las mujeres adquieren un papel productivo en los relatos nacionales, ellas como poseedoras de un 'amor maternal' -concepto recientemente inaugurado en la época- y también patriótico podían aportar desde el espacio doméstico al cambio social" (Arcos, Carol. "Figuraciones autoriales: la escritura de mujeres chilenas en el siglo XIX". Revista Iberoamericana. Volumen LXXXII, número 254, enero-marzo de 2016, p. 53-54).

Esta nueva función de la mujer en el espacio discursivo del liberalismo se expresó en diferentes textos, pero fue Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), quien, en La educación popular (1849) -suma de las experiencias educativas recabadas en los viajes que realizó por Europa y Estados Unidos, entre 1845 y 1848- identificó de manera más clara la necesidad de instruir a las mujeres ya que ellas, en tanto que madres, eran las encargadas de consolidar en sus hijas e hijos los valores y virtudes de la civilización pues "jamás podrá alterarse la manera de ser de un pueblo, sin cambiar primero las ideas y hábitos de las mujeres" (Sarmiento, Domingo Faustino. De la educación popular. Santiago de Chile: Biblioteca Nacional, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana; Pontificia Universidad Católica de Chile; Cámara Chilena de la Construcción, 2009, p. 86).

El ideal de la madre republicana se fundaba en una concepción universalista de la diferencia sexual que naturalizaba ciertas características consideradas propias de la mujer, como la paciencia y la indulgencia, asociadas a labores específicas como el cuidado del hogar y la crianza. En este sentido, la aparición hacia mediados del siglo XIX de manuales como El libro de las madres y de las preceptoras, adaptado del francés "a nuestras costumbres y creencias" por Rafael Minvielle (1800-1887) en 1846, y el "Plan de estudios para una niña" de Mercedes Marín (1804-1866), tuvo entre sus propósitos la institucionalización de ciertos "comportamientos de las mujeres considerados legítimos" en pro de consolidar una identidad de mujer circunscrita al espacio doméstico (Hurtado, Edda. "Intelectuales tradicionales, educación de las mujeres y maternidad republicana en los albores del siglo XIX en Chile". Acta Literaria. Número 44, primer semestre, 2012, p. 124).

De manera similar al pensamiento de Sarmiento, para quien "el grado de civilización de un pueblo" podía juzgarse "por la posición social de las mujeres" (p. 85), El libro de las madres y de las preceptoras planteaba un ideal de mujer como representante de las virtudes de la nacionalidad, cuestión que, en términos prácticos, suponía la identificación de las mujeres "con el caos y el desorden", razón por la cual la figura de la madre actuaba como un dispositivo de normalización (o de civilización) de "una naturaleza femenina más próxima a la barbarie" (Hurtado, p. 129).

El "Plan de estudios para una niña" de Mercedes Marín, publicado de manera póstuma en obras de su propia autoría por Miguel Luis Amunátegui (1828-1888), se hizo parte de este discurso liberal aunque difería respecto de sus alcances políticos y demandas de acceso a la educación de las mujeres en una realidad desigual: "Sin duda que el plan diseñado por Marín expresa un intento por demandar acceso al conocimiento. La disciplina que sugiere en relación con las materias y áreas que la niña debía conocer constituye el deseo de un modelo pedagógico que le permitiera refinar sus capacidades de abstracción, por ejemplo, a través de los conocimientos de geografía, de la explicación del sistema planetario y la iniciación en el estudio de la historia antigua (Hurtado, p. 132).