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Trabajo artesanal e industrial

Las nuevas condiciones materiales de Santiago permitieron el desarrollo de diversas actividades productivas y comerciales hacia fines del siglo XIX y principios del XX.Si bien en la década de 1850 el trabajo artesanal se vio afectado por la apertura económica y la importación productos más baratos, lo que llevó a la quiebra de muchos establecimientos, en la segunda mitad del siglo esa situación cambió diametralmente.

Tras varias crisis económicas, las medidas proteccionistas del Estado aumentaron los impuestos a las importaciones. Además, la Guerra del Pacífico, el desarrollo de la minería en el norte, y la ampliación de la agricultura en el sur aumentaron la demanda de productos manufacturados y alimenticios en estos nuevos polos de desarrollo (Cariola, Carmen y Sunkel, Osvaldo. Un siglo de historia económica de Chile, 1830-1930. Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1982).

Este crecimiento económico ayudó a la aparición de nuevos espacios productivos de carácter industrial en los que se insertaron los sectores marginados, particularmente a los sujetos cesantes o que habían llegado recientemente a la ciudad. Además, favoreció la aparición de antiguos trabajos artesanales que habían quebrado en el ciclo económico anterior. Mientras que la producción industrial se centró en nuevos y grandes establecimientos, los trabajos artesanales se realizaron, por lo general, en los espacios habitacionales de los barrios marginales.

La mayoría de estas personas sin ocupación se insertaron rápidamente al sistema de producción industrial en las áreas de "la fabricación de bebidas (especialmente cervecerías) y alimentos; las manufacturas y artesanías dedicadas a la elaboración y producción del cuero y del calzado; las mueblerías e industrias de elaboración de madera; las imprentas y fábricas de papel; las industrias químicas y metalúrgicas (incluidas las maquinarias) y, en menor medida, la fabricación de textiles y talleres de confección de vestidos" (Grez, Sergio. De la "regeneración del pueblo" a la huelga general. Santiago: RIL editores, 2007, p. 110). Estas faenas productivas fueron realizadas generalmente por hombres, los que posteriormente se integraron también en los rubros de la fundición, en las maestranzas y en otros trabajos ferroviarios, además de emplearse en las obras de construcción públicas y privadas, de caminos y ferrocarriles.

El trabajo infantil se concentró en fábricas de cigarros, vidrios, de jabones, velas de sebo y en distintos talleres artesanales donde ingresaron como ayudantes. En el caso del trabajo femenino, este se concentró en "actividades de tipo peonal (sirvientas, lavanderas, costureras, etc.), de pequeño comercio independiente y, a partir de mediados de la década de 1860, de proletariado fabril", destacando en este las fábricas de textiles y de ropa (Grez, p. 143-146). Tanto el trabajo infantil como el femenino generaron un problema importante de marginalidad, ya que a partir de estos fue posible disminuir los costos en sueldos, lo que dejó a una gran cantidad de hombres sin trabajo asalariado empujándolos a actividades productivas no reguladas e incluso ilegales.

Los cesantes forzados y los que eligieron no proletarizarse desarrollaron actividades como el comercio ambulante, la atención en el comercio establecido, el tránsito constante entre la producción agrícola, las actividades urbanas y el trabajo en obras públicas temporales. Otros eligieron el camino delictual como medio de subsistencia. En el caso de las mujeres no proletarizadas, muchas de ellas también participaron del comercio ambulante, como la venta de frutas y hortalizas, de pan o comidas preparadas. Las cocinerías, chincheles y tabernas también fueron un lugar de desarrollo laboral de las mujeres, mientras que el trabajo de lavanderas o de confección de ciertos tipos de textiles se hizo también al interior de los hogares. La prostitución fue otra de las opciones de trabajo para las mujeres marginadas.