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Desarrollo de la toponimia en Chile

En el contexto de formación del Estado chileno durante la primera parte del siglo XIX, se vivió un proceso de consolidación identitaria en el que la problemática del lenguaje fue recogida a partir de diversas aristas: las relaciones entre las culturas hispánica e indígenas, la reflexión sobre una lengua nacional y la proposición de una literatura que expresara la nueva realidad republicana.

Este interés por el lenguaje se manifestó específicamente en estudios, registros, recopilaciones y en la creación de diccionarios de diversos tipos en los que de manera paulatina comenzaron a ser integradas denominaciones de distintos lugares del territorio chileno.

Hacia la década de 1840, en un escenario en el que se discutía la validez de los modelos europeos para representar las realidades americanas, la polémica del Romanticismo o la controversia filológica de 1842 despertaron la conciencia de un habla nacional que en las décadas que siguieron se vio fortalecida con el desarrollo de la lexicografía y la confección de diccionarios de chilenismos como el realizado por Zorobabel Rodríguez en 1875.

En este escenario, la aparición del Diccionario Jeográfico de la República de Chile, realizado por Francisco Solano Astaburuaga Cienfuegos (1817-1892) en el año 1867, constituye el antecedente más temprano de una publicación que identifica y reúne de manera específica los nombres de diversas localidades a nivel nacional.

No obstante lo anterior, la toponimia -como disciplina lingüística derivada de la onomástica- se consolidó recién hacia fines del siglo XIX con la publicación de estudios sobre lenguas aborígenes como el Glosario de la lengua atacameña (1896) de Aníbal Echeverría y Reyes, Emilio Vaisse y Felix Segundo Hoyos y la llegada al país del lingüista alemán Rodolfo Lenz (1863-1938).

El trabajo de Lenz, en este sentido, sobre el mundo araucano y el rescate de su etimología constituye uno de los primeros estudios de toponimia en términos estrictos. Influido por la obra del lingüista francés Albert Dauzat, Lenz sustentó su estudio en una metodología que tomaba herramientas de la sociología y la psicología social para analizar las formaciones lingüísticas bajo las cuales se denominaba un lugar.

A inicios del siglo XX, a la obra emprendida por Roberto Lenz y Aníbal Echeverría, se sumó el trabajo de Pedro Armengol Valenzuela, quien hacia 1914, en la Revista chilena de Historia y Geografía, comenzó a publicar las primeras entregas del Glosario etimológico de nombres de hombres, animales, plantas, ríos, y lugares, y de vocablos incorporados en el lenguaje vulgar, aborígenes de Chile, y de algún otro país americano que, cuatro años más tarde, fue publicado de manera íntegra en dos tomos. En 1924, el ingeniero Luis Risopatrón, en su Diccionario Geográfico de Chile, logró identificar 28.215 nombres de localidades con el origen de su significado y sus características geográficas.

En esta línea, los estudios provenientes del folklore, como la obra Chiloé y los chilotes: estudios de folklore y lingüística de la provincia de Chiloé, publicada por Francisco Javier Cavada en 1914 y, más adelante, la obra de Nicasio Tangol (1906-1981) y Oreste Plath (1907-1996) brindaron nuevas perspectivas al análisis toponímico, considerando la mitología y tradiciones en análisis lingüístico.