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Diario de Muerte

Poemas escritos en un cuaderno, entre la última semana de abril y la última de junio. Luego dictados y corregidos. Más tarde ordenados... para recién en su totalidad revelar su contenido real, versos que sustentan un registro testimonial, y que se articulan como una revisión del pasado. Del pasado personal y escritural, del pasado que evoca las obras ya publicadas y que las transforman en subtexto. Tanto así que tal vez sea imposible no recordar un posible anticipo en 1969 en La musiquilla de las pobres esferas: "... Pruebo, con frialdad, el gusto de la muerte...".

Pedro Lastra y Adriana Valdés, presentan Diario de muerte, poemas de Enrique Lihn, que a juicio de Óscar Galindo corresponden a una escritura orgánica, a un lenguaje autorreflexivo, y a una experiencia literaria y crítica lúdica. Se trataría de textos que, surgidos de la contradicción entre "un lenguaje poético desgastado y otro que aspira a alzarse como salida auténtica", establecen un constante diálogo con los recursos gráficos del soporte. Así por ejemplo, "La isla de los muertos" de Arnold Bocklin que adorna la portada, es un cuadro por el que el poeta mostraba especial predilección y que asociaba a los libros vistos por él en su infancia. Algo similar ocurre con "Totte Mutter" de Max Klinger, poema aludido en "Qué otra cosa se puede decir...":


"La mujer reemplazada en Klinger por una estatua yacente
sarcásticamente maternal, sobre cuyo pecho plano como una lápida, yo, el bebé
mezcla de sapo y ángel, miro a los espectadores con terror..." (p. 65)

y con "Saint Jerome in the wilderness" de Mantegna, el cual es descrito con singular sensibilidad y precisión en "Contra los pensamientos negros...":


"... una mala metáfora
los pensamientos no lloran
no se conduelen de sus objetos
tampoco deben ser pensados como auxiliares de la razón contra la locura
(Fourier no anunció sin razón las ciencias de la locura)" (p. 31).

De acuerdo con lo señalado por Adriana Valdés, los poemas que componen este libro, fueron escritos en un trance de muerte y exteriorizan las reflexiones del hombre y del poeta que ve acercarse la muerte, y ante ella inicia una reflexión, desde una óptica ambivalente que revisa y revive el pasado y el futuro: "Serás el buen despilfarrador con tus horas contadas/ no el inútil avaro que mezquina y recuenta". Enrique Lihn "se adentró en la experiencia del tránsito a la muerte; nos precedió, hizo los trazados de un mapa, de lo que iba viendo en ese viaje mientras los vivos íbamos quedando atrás. El contenido metafórico de los poemas -el espejo, la muerte como andrógino terrible- fue el mismo contenido de sus alucinaciones finales, de las obsesiones que ya no lograba dar a entender...", "¿No sería deseable recibir una comunicación del más allá, con la/ hora y el día exacto de nuestra muerte, y un revolver invisible?".