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Olga Acevedo (1895-1970)

En la antología Selva Lírica (1917), Olga Acevedo, que en ese entonces bordeaba los 22 años, fue considerada por los antologadores, "después de Gabriela Mistral, la poetisa cuya obra nos inspira la sensación más encantadora de sinceridad espiritual y riqueza artística, y la seguridad más absoluta de su triunfo no lejano" (Araya, Juan y Molina, Julio. Selva Lírica. Santiago de Chile : Soc. Impr. y Litogr. Universo, 1917, p. 222).

Olga Acevedo, nacida en Santiago de Chile hacia fines del siglo XIX, tuvo una vida literaria y política activa. Durante la década de 1940 se involucró de manera comprometida en la Alianza de intelectuales de Chile, cuya constitución se celebró el día 7 de noviembre de 1937 con la intención primera de apoyar la causa de la España republicana y formar un amplio frente de artistas e intelectuales en la lucha contra ideologías totalitarias como las que llevaron a Europa a la Segunda Guerra Mundial.

Según palabras de la poeta: "En los tiempos de la Segunda Guerra Mundial (…), tuvimos que tomar el puesto que nos correspondía (…). Trabajé en la Alianza de Intelectuales, en Santiago, con Neruda, que la fundó, Alberto Romero, Diego Muñoz, Hernán Cañas, Ángel Cruchaga y muchos otros. Nosotros defendíamos la cultura amenazada por la trampa nazi" (citado en Mellado, Raúl. "Olga Acevedo una vida para luchar". El Siglo. 14 de abril, 1968, p. 16).

Su trabajo literario comenzó formalmente hacia fines de la década de 1920 con la publicación de dos libros que la crítica recibió de manera desigual. Sobre Los cantos de la montaña (1927), libro de temática religiosa que según la autora tenía antecedentes en la espiritualidad de Oriente, Ginés de Alcántara (seudónimo de Juana Quindos) concluía que "se hallaría mejor hallada (…) en la austera grandeza de la meseta castellana (…). Porque viéndola tras los rastros siempre extraviados de los Yoguis y Fakires, es de ponerse a pensar cuánto ganaría en gracia y en sugestión el ritmo de su pensamiento adaptándolo a las huellas que en la mística dejó Santa Teresa" (Alcántara, Ginés de. "Autores y libros". El Mercurio. 13 de febrero de 1927, p.2).

Con el seudónimo de "Zaida Suráh" publicó en 1929 el libro Siete palabras de una canción ausente, al que le siguieron El árbol solo (1933), La rosa en el hemisferio (1937), La violeta y su vértigo (1942), Donde crece el zafiro (1948), Las cábalas del sueño (1951), Isis (1954), Los himnos (1962) y La víspera irresistible (1968).

Siguiendo las lecturas que destacaban la cualidad espiritual en la obra de Acevedo, Eleazar Huerta, consideró que en Las cábalas del sueño se intentaba "ir a un más allá, por círculos planetarios donde sufren sus pruebas y se depuran las almas terrestres, en busca del alma gemela que espera. (…) Como un Dante del espiritismo, la autora recorre comarcas extrañas, guiada siempre por la esperanza y el amor" (Huerta, Eleazar. "Olga Acevedo. Las cábalas del sueño". Las Últimas Noticias. 11 de noviembre de 1951, p.6).

Andrés Sabella, en un artículo publicado tras la muerte de Acevedo en 1970, subrayó esta vena religiosa que alimentó su producción literaria: "Su obra es urna de limpidez; transcurre como suspendida en hilos de agua (…), con los años, los viejos cánticos retornaron y trabajó en sustancias simbólicas sus libros Donde crece el zafiro (1948), Las cábalas del sueño (1950), Isis (1954), Los himnos (1962) y La víspera irresistible (1968), salpicándonos con los rocíos de sus 'otros mundos'" (Sabella, Andrés. "Olguita Acevedo". La Prensa. Tocopilla, Chile, 8 de octubre, 1970, p.3).