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Nuevos patrones de comportamiento

La traducción de los ideales del progreso y la civilización por parte de la elite chilena implicó la incorporación de un conjunto de pautas de conducta y refinamiento de las de la vida cotidiana, en donde el qué comer y vestir, la higiene y el comportamiento en público se transformaron en referentes de un mundo civilizado.

De este modo, los vestuarios propios de una vida de trabajo cedieron ante la levita, el chaquet y el sombrero de copa y hongo, mientras que las comidas tradicionales chilenas fueron reemplazadas por menús preparados por chef franceses. A su vez, la educación de las hijos, tradicionalmente en mano de colegios de órdenes religiosas, se complementó con institutrices inglesas o francesas. Todos estos comportamientos, de los cuales dan cuenta varios memorialistas del periodo, entre ellos, Ramón Subercaseaux, María Flora Yañez, Luis Orrego Luco y Eduardo Balmaceda, actuaron como pruebas de distinción, civilización y progreso, ya que inscribía a la elite chilena en una elite cosmopolita con la cual compartía patrones de conducta y que actuaba por ende como factor de legitimación de su posición social.