La práctica del football en Chile se inicia a fines del siglo XIX, con la llegada de los primeros inmigrantes ingleses al puerto de Valparaíso. Si bien en sus inicios era una actividad practicada exclusivamente por británicos, poco a poco los chilenos comenzaron a jugarlo. De ahí, a la creación de los primeros clubes nacionales hubo un solo paso.

Ya en el siglo XX, los clubes deportivos que tenían como principal actividad al fútbol, sumadas a otras ramas deportivas como boxeo o ciclismo, se masifican a lo largo de todo el país. Estas cooperativas, formadas casi exclusivamente por hombres, estaban compuestas por grupos de estudiantes, profesores y obreros que organizaban equipos amateur y competencias de aficionados.

La identificación entre los clubes y la comunidad de seguidores que los apoyaba, dio paso a las hinchadas, grupos de personas que seguían a los equipos y se identifican con sus jugadores, con la historia del club y los colores de la camiseta.

En 1933 se inauguró el campeonato nacional de fútbol profesional, con ocho equipos santiaguinos. La competencia es difundida por la radio y la prensa escrita, que diseñan secciones especializadas para la divulgación y análisis del deporte más popular del país. A su vez, la construcción de estadios permite que los hinchas y sus equipos se encuentren, transformando los partidos en un espectáculo.

La diversa gama de hinchas, que pueden ser aficionados, espectadores, simpatizantes o fanáticos generan su vínculo con el equipo por herencia familiar, por su barrio, la universidad de la que se era estudiante, por su país de origen o la región en la que viven como ocurre con "clubes de provincia". La cercanía a un equipo implicaba necesariamente la animadversión hacia otros. Estas rivalidades dan paso a los partidos conocidos como los "clásicos", donde las hinchadas realizan grandes despliegues de apoyo a sus equipos, con cantos, banderas y los colores asociados a las respectivas camisetas.

En 1960 la relevancia que alcanza el fútbol profesional en Chile provoca un aumento del fanatismo y las demostraciones de apoyo a los equipos se intensifican. Los jugadores pasan a ser personajes públicos, familias completas apoyan a sus equipos y los partidos son televisados. Este fenómeno se consolida con el Mundial del '62 y la consecuente masificación del ídolo futbolístico.

A partir de la segunda mitad de la década de 1980, el fenómeno de las "barras bravas" y el aumento de los hechos de violencia en los partidos de fútbol provocan un cambio en la relación entre el hincha y el club. Las familias y amigos comienzan a reunirse en espacios privados para ver los partidos a transmitidos por la televisión, dejan de ir al estadio y las barras toman el control del espacio público con sus normas y estructuras.

Pese a esto, el hincha continúa siendo el seguidor apasionado que, conformando una gran comunidad, sigue "a todas partes" al equipo de sus amores.