La historiografía nacional ha construido la historia de Chile de una manera poco interpretativa, ceñida a la territorialidad del concepto del Estado-Nación. Bajo este parámetro, el país que conocemos tendría su origen innegable en el Valle Central. Ese sería el lugar escogido, la tierra prometida, el lugar perfecto para establecerse y prosperar. El análisis de Alberto Sepúlveda expresa claramente esta posición:"La importancia de la geografía es un dato que hay que tomar en consideración al analizar tanto la mentalidad internacional de Chile como su evolución política. El Valle Central aparece como una región fértil, de clima mediterránea, bien provisto de lluvias que aumentan a medida en que se avanza hacia el contraste con la situación desértica de las regiones vecinas..."

En palabras más simples, "Santiago es Chile", o por lo menos lo habría sido. Sin embargo, este espejismo desaparece al analizar la historia desde una mirada distinta. El historiador Alfredo Jocelyn-Holt ha planteado una "historia de los sentidos de la historia", en donde el Estado-Nación deja de ser el tronco único en materia histórica, y se instala una pluralidad de ejes que configuran el Chile que hoy conocemos. Bajo este prisma, el Valle Central difícilmente pudo ser el lugar que los colonizadores hubiesen escogido para construir el país; las miradas siempre estuvieron puestas en la Patagonia, donde se configuró una utopía que llevó consigo numerosas expediciones y meticulosas investigaciones, todo con tal de alcanzar ese espacio ideal, esa copia feliz del Edén. La utopía es, precisamente, uno de los sentidos de la historia de Chile, en los términos del profesor Jocelyn-Holt.

Con estos dos párrafos, el autor comienza un análisis preciso de la instalación de esta utopía en nuestra historia para luego redefinirla en base a planteamientos propios.

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