Resulta problemático hablar sobre la juventud ya que como señalan diversos autores, los parámetros utilizados para designarla son variados y disímiles. Asimismo, existen diferencias geográficas, genéricas, sociales, entre otras, que dificultan hablar de una sola juventud, o de un universo estructurado e inmutable de individuos agrupados bajo este criterio. No obstante, si comprendemos a este término como el período de la existencia humana que se extiende desde el final de la infancia hasta la entrada a la adultez, es posible afirmar que este grupo etario consiguió existencia e importancia social y cultural en nuestro país recién a inicios del siglo XX. A pesar de tratarse de un emergente sector de la sociedad chilena, la unificación e identificación de éste con causas tendientes a la renovación y justicia social, de cambios en los paradigmas políticos y económicos, aún con diversos objetivos y en función de distintas intencionalidades, permite situar a la juventud chilena de la centuria anterior como gestora y protagonista de acontecimientos fundamentales de la historia de nuestro país.

La ampliación en la cobertura de la Enseñanza Primaria, Secundaria y, especialmente, la Educación Universitaria, permitió el acceso de un mayor número de jóvenes al sistema de Educación Superior lo que posibilitó, por un lado, el estudio y práctica de diversas disciplinas y, por otro, la organización de los estudiantes en Centros de Alumnos y Federaciones Estudiantiles, de las cuales la Federación de Estudiantes de Chile (FECH), fundada en 1906, es uno de los casos más emblemáticos. Las preocupaciones e injerencias de las distintas asociaciones estudiantiles excedieron con creces los problemas atingentes a los diferentes planteles educacionales para llegar, en distintos períodos del siglo pasado, a la contingencia nacional e incluso internacional. Es de esta forma como los estudiantes jugaron un rol fundamental en la denuncia de "la cuestión social" durante las primeras décadas del siglo XX, en el término del primer gobierno del Coronel Carlos Ibáñez del Campo en el año 1931, en el movimiento de Reforma Universitaria de 1968, en el apoyo a distintas candidaturas presidenciales y gobiernos, y como grupo rearticulador de la cultura después del Golpe de Estado de 1973, entre muchos otros sucesos.

El afán de cambio que caracterizó a la juventud del siglo XX se tradujo en la participación de miles de jóvenes, tanto estudiantes como no, en diversas iniciativas tendientes a modificar la sociedad a la cual pertenecían. Para ello, formaron parte de las distintas juventudes políticas que surgieron durante las primeras décadas del siglo o, en otros casos, fueron gestores, a partir de la década del treinta, de nuevas asociaciones políticas, como el grupo de izquierda AVANCE. En ocasiones, estas asociaciones nacieron derivadas de los partidos políticos de la época, y como ejemplo de lo anterior podemos mencionar a los jóvenes pertenecientes a la Juventud Conservadora que abandonaron las filas del Partido Conservador para formar la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos (ANEC), que más tarde se convirtió en la Falange Nacional y, posteriormente, en el Partido Demócrata Cristiano. Tal fue el compromiso de los jóvenes con los ideales que abrazaron, que uno de los episodios más dramáticos de nuestra historia fue protagonizado por cuarenta muchachos miembros de Movimiento Nacional Socialista, quienes murieron acribillados en el edificio de la Caja del Seguro Obrero en septiembre de 1938.

Durante la década del sesenta el compromiso social alcanzó todas las esferas del quehacer cultural; las expectativas de cambio de la juventud se extendieron al teatro, la música, la literatura, las artes plásticas y otras esferas intelectuales. Sumado a lo anterior, la urgencia y radicalidad de los cambios anhelados condujo, durante la segunda mitad de la década, al nacimiento de nuevas formas de participación política juvenil. Entre aquellas podemos mencionar el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), la Izquierda Cristiana, y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria(MIR), mientras que el grupo Patria y Libertad representó la ideología completamente opuesta. Durante el mismo período, podemos destacar también la intervención de cientos de jóvenes en las distintas brigadas muralistas, entre las cuales es posible mencionar las Brigadas Ramona Parra (BRP) y la Brigada Elmo Catalán (BEC), las cuales formaron parte importante del imaginario de la Unidad Popular.

De forma posterior al Golpe de Estado de 1973, la participación de los jóvenes se orientó de forma significativa a espacios acotados de reunión ciudadana: parroquias, juntas de vecinos, clubes deportivos, entre otros. Por la desarticulación del tejido social llevado a cabo por la dictadura militar, la intervención de este grupo etario en agrupaciones políticas clásicas disminuyó considerablemente. Las necesidades de participación y representación de los mismos se han orientado, en la actualidad, a nuevas instancias de sociabilidad como subculturas juveniles, grupos seguidores de clubes de fútbol (hinchas de Barras Bravas), colectivos sociales o artísticos, entre otras.

Debido a la innegable importancia de este sector de nuestra sociedad, es ya durante el mandato de Salvador Allende Gossens que se esbozó la creación de una instancia gubernamental abocada a generar una relación entre el Estado chileno y los jóvenes. No obstante, ésta sólo se materializó durante la dictadura militar con el establecimiento de la Secretaría Nacional de la Juventud. Contemporáneo al retorno de la democracia, hecho histórico en el cual la participación de los jóvenes fue decisiva, en 1991, se creó el Instituto Nacional de la Juventud (INJUV), organismo técnico encargado de colaborar con el poder ejecutivo en la planificación y coordinación de políticas públicas orientadas a la juventud, y cuyo funcionamiento se mantiene hasta nuestros días.